LA GUERRA QUE CAMBIÓ EL MUNDO

El 22 de junio de 1941, nada más conocerse la noticia de que el ejército alemán había iniciado la operación Barbarroja, la invasión de la Unión Soviética, miles de españoles se echaron a la calle pidiendo la entrada de España en la guerra. Franco, que dudaba sobre si entrar o no en la contienda para apoyar a Hitler, decidió ganar tiempo enviando una división de 18.000 hombres que combatirían, como una división alemana, la 250, en el frente del Este, A las pocas horas, se habían presentado cientos de miles de voluntarios.

Mandados por los generales Muñoz Grandes, primero, y Esteban-Infantes, después, combatieron en el frente ruso más de 47.000 soldados españoles. Lo que allí se encontraron quienes acudieron a la llamada de la lucha contra el judaísmo y el comunismo fue uno de los escenarios bélicos más duros de la Segunda Guerra Mundial, marcado por unas condiciones meteorológicas extremas, en el que se sucedían salvajes encuentros en el campo de batalla y tenían lugar matanzas sistemáticas de judíos y prisioneros llevadas a cabo por las SS, pero también por el ejército alemán, del que formaban parte.

Truncado el sueño de entrar en Moscú, la División Azul se mantuvo en el frente de Leningrado durante dos años. No obtuvo ninguna gran victoria, toda su gloria militar quedó reducida a pequeños combates locales y a una defensa épica de la posición de Krasni-Bor, en la que, en un solo día, la unidad registró más de mil muertos, otros tantos heridos y unos cuatrocientos prisioneros.

Los primeros combatientes que tuvieron la fortuna de ser relevados volvieron a España en 1942, fueron recibidos como héroes. Pero con el cambio de rumbo de la guerra y la cada vez más previsible derrota de Alemania, Franco supo que la supervivencia de su régimen pasaba por alejarse de Hitler y convencer a los aliados de que su neutralidad era completa. La División Azul fue entonces disuelta y el recibimiento de los últimos en regresar se hizo ya con sordina.

La historia de la División Azul no es sólo la de unos hombres que pasaron increíbles penalidades machacados por el frío y la metralla. Es también la historia de un siniestro juego que les llevó a ser cómplices de monstruosas matanzas y peones de brega de la política franquista. Fueron a luchar bajo el lema “Rusia es culpable”, contra el judeo-bolchevismo, y resultaron derrotados y culpables de haber colaborado en una guerra criminal. Sólo en el cerco de Leningrado, en el que participaron, murieron de hambre y frío más de un millón de civiles rusos. Los españoles se dejaron cinco mil muertos en Rusia.

Esta es una historia de esos hombres, de la época y la geografía en que decidieron luchar. Una historia contada con una prosa vibrante y una documentación incontestable.

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